La mitología griega sobre Prometeo es bastante prolífica, con
varias versiones del mito. En algunas se ve como un protector de los hombres,
que habían caído en desgracia después de que Zeus los privara del fuego, y él
les devolvió después de robar a los dioses. Y en otros, incluso es considerado
el creador del hombre, que habría modelado a partir del barro. No es extraño
pues, que una figura tan sugestiva y reproducida en el mundo del arte, hubiera
estado en el sustrato de la por muchos, primera novela de ciencia ficción:
Frankenstein, que en su original ya llevaba el subtítulo de El moderno
Prometeo. Esta obra seminal de Mary Shelley, recoge la esencia del mito griego
y la desarrolla en un contexto de novela gótica, añadiendo muchos temas que
eclosionan en la sociedad y el pensamiento del siglo XIX, como el poder y los
límites de la ciencia , la creación de la vida, la relación del hombre con
Dios, o el castigo a su creciente arrogancia y alejamiento de las leyes de la
naturaleza.
Pasados 33 años
desde que Ridley Scott nos regalara su obra maestra Alien, el 8 º pasajero,
después de 3 secuelas nada desdeñables a cargo de autores tan notables como
James Cameron, David Fincher y Jean-Pierre Jeunet, e incluso un crossover con
Predator, el director inglés también recurre al mito de Prometeo en esta
precuela fuerza autónoma, que opta por un giro bastante radical a las constantes
de la saga y explorar nuevos caminos dentro de la ciencia ficción, alejándose
de los elementos más de terror y de la lucha directa entre humanos y ajenos. La
acción nos sitúa en el año 2089, cuando unos científicos descubren en el
interior de una cueva la reproducción de un dibujo recurrente en otros lugares
y otras culturas sin contactos entre sí, donde parece que unos alienígenas
intenten mostrar el origen de la humanidad, así como un mapa de otro sistema
planetario de donde provendrían. Bajo el patrocinio de la Corporación Weyland,
un grupo de investigadores, pilotos y un androide, aterriza en el planeta
mostrado en las pinturas, junto a una enorme pirámide, donde se iniciará la
búsqueda de unos seres llamados Ingenieros, que podrían estar detrás del origen
de la humanidad.
El film, como hemos
dicho, lejos de centrarse en la figura de los ajenos, tiene un enfoque de
ciencia ficción casi metafísica, planteándose las grandes preguntas de la
humanidad: quiénes somos, de dónde venimos, dónde vamos, la dialéctica entre
ciencia y fe, los peligros de la creación .... Para ello se vale de estos
Ingenieros de una raza superior, que ejercerían de Prometeo o creador de la
raza humana, aunque esta vez, por algún motivo que no acaba de dejar claro el
guión, se arrepienten y deciden enmendar el error con una nueva creación, unos
aliens que deben destruirnos. En esta parte argumental se deja notar la mano de
uno de los principales guionistas de Lost, Damon Lindelof, que reincide en
muchas de estas preguntas y respuestas que ya se planteaban en la mítica serie,
especialmente en la temporada final. Además, también es bastante evidente la
relación directa con la otra gran cinta de ciencia ficción de Scott, Blade
Runner, y especialmente la figura de los replicantes, vida artificial de
creación humana que se rebela contra su creador.
Pero si analizamos
la cinta exclusivamente desde el punto de vista de un film de género, hay que
quitarse nuevamente el sombrero ante esta aportación de Ridley Scott al mundo
de la ciencia ficción. El diseño de producción es impecable, cuidado al
milímetro, contraponiendo el blanco inmaculado, geométrico y esterilizado de la
nave, con la oscuridad, la viscosidad y la sensación orgánica y telúrica de la
pirámide. Los más incondicionales seguirán encontrando algunas escenas de
acción, unos ajenos mortíferos, y mucha tecnología punta, que incluso en algún
momento deja en anacronismo la de las cintas posteriores. Visualmente hay
momentos de gran belleza, como la presentación del androide a la nave, con
claras reminiscencias del 2001 de Kubrick, y escenas de una intensidad
arrolladora, como la auto operación de la doctora Shaw, seguramente el momento
más exitoso en la interpretación de Noomi Rapace, que se mueve en registros
alejados a los de la Ripley de Sigourney Weaver. Pero sin duda, el actor que
sobresale del resto, en su composición de este androide apasionado del cine del
siglo XX y especialmente del Peter O'Toole de Lawrence de Arabia, es Michael
Fassbender. En una interpretación muy contenida, el actor alemán sabe
transmitir toda la artificialidad del personaje y su falta de emociones, a la
vez que resulta un ser inquietante que acaba teniendo intenciones propias más
allá de seguir las órdenes de Peter Weyland, y que lo llevan por ejemplo a infectar
al científico. Mención aparte merece esta escultural Charlize Theron, que está
realmente imponente como fría y calculadora jefe de la expedición.
Teniendo en cuenta
el final abierto de la película, habrá que mantener la esperanza de que se
confirmen las intenciones iniciales de Ridely Scott, y esta aventura se
convierta en un díptico, que ponga punto y final a una de las sagas más
redondas dentro del mundo de la ciencia ficción, y dé respuesta a los múltiples
interrogantes que han quedado flotando en una galaxia lejana más allá de Orión
y la Puerta de Tannhäuser.
Marc Serra
Marc Serra